martes, 15 de julio de 2008



EL SUBEMPLEO



VENDEDORES AMBULANTES




Se calcula que existen cerca de 200 mil vendedores ambulantes en todo el país, y que muchos de estos padecen múltiples penalidades y riesgos para poder llevar el pan a sus casas. Para ellos cada día de trabajo es un día de combate.



Aunque la Constitución, en su artículo 17, consagra el derecho al trabajo, a este gremio se le persigue como no se hace con los delincuentes. La falta de la licencia o la violación de una de las absurdas normas que han sido dictadas para exterminar a los vendedores, da derecho a la policía para detenerlos 24 horas, para impedirles laborar durante varios días y para cometer toda serie de tropelías. La única justificación para estos abusos es la de que los vendedores "enmugrecen la ciudad".



Pero ninguna de las medidas impuestas logra detener la avalancha de personas que cotidianamente se lanzan a las calles. Al sector de las ventas ambulantes confluye gran parte de los desempleados y de los que buscan una forma para aumentar sus míseros y esporádicos jornales.



Al tiempo que aumenta la represión, aumenta también la unidad de los vendedores. Al grito de "¡Con licencia o sin licencia trabajamos!", consigna impuesta por el Sindicato Nacional de Unidad de Comerciantes Menores (SINUCOM) desde 1976, este sector ha librado una larga lucha, peleando palmo a palmo por un sitio en los andenes. Cada vez son menos los vendedores que envuelven su mercancía a toda prisa y huyen ante la amenaza de una batida. Ahora se ven hombres, mujeres y niños que se enfrentan valerosamente a las autoridades y ante la brutalidad y las amenazas siempre responden: "Trabajar no es un delito. Mientras el gobierno no nos garantice un empleo seguiremos en esta actividad".



Los vendedores ambulantes son hijos del desempleo. El hecho de que la prensa, recogiendo datos oficiales, hable de que la tasa de ocupación subió, no quiere decir que la economía haya generado un número suficiente de puestos de trabajo en los últimos años. Por el contrario, este índice, en relación con el aumento de la población, ha ido decreciendo paulatinamente.



En las estadísticas "disminuye" el desempleo porque se considera "trabajador independiente" a todo aquel que genera sus propias paupérrimas entradas, como es el caso del comerciante callejero.



La migración del campo ha influido en este fenómeno. Diariamente llegan a radicarse en Bogotá, según cifras de Planeación Distrital, 1.200 personas. En este momento el 50 por ciento de la población capitalina está conformada por gentes oriundas de otros lugares. Otro factor decisivo en el aumento de vendedores ambulantes y estacionarios es el bajo nivel de los salarios, comparado con el costo de la vida.



Miles de colombianos que no logran obtener ocupación, o para los cuales el salario mínimo equivale a una condena al hambre, encuentran asidero temporal o permanente en las ventas ambulantes, una labor riesgosa, inestable y esclavizante. Por lo general se inician como "maneros" que no necesitan vitrinas pues escasamente ofrecen lo que pueden llevar en sus manos y sobre los hombros. En algunas ocasiones venden sacos, sombrillas o cigarrillos y deambulan con estos objetos a lo largo de varias cuadras. A veces, con ahorros o préstamos de familiares o amigos, el principiante, se hace a un cajón y busca un sitio de afluencia de transeúntes que le garantice un ingreso mínimo.



En la Oficina de Registro y Control del Distrito están catalogados 62 tipos de ventas ambulantes. Las más comunes son las de dulces y cigarrillos, frutas, alimentos cocidos, loterías, cosméticos, periódicos, libros, discos, etc. Pero como este oficio es un reflejo de la crisis de la sociedad y de la miseria del pueblo, adquiere a menudo las características de un espectáculo irritante: La señora que, parada todo el día en una esquina, le hace propaganda a sus atrapamoscas, envueltos en trocitos de papel brillante rojo; el hombre que brinda cordones de zapatos; los desesperados que ofrecen su sangre alrededor de los hospitales y laboratorios clandestinos, los chamarileros que negocian con lápidas de segunda; los ancianos que extienden sobre un plástico treinta aparejos disímiles y los venden a igual precio, y las miles de mujeres que deben criar a sus hijos en cajas de cartón que colocan al lado de sus ventorrillos, sintetizan todos ellos la imagen de la Colombia perseguida y vejada.



Trabajo arduo y mal retribuido



La vida del vendedor ambulante es una batalla sin tregua. La mayoría debe trajinar por la calle incluso el domingo para conseguir con qué comer el lunes. Soportan faenas que por lo general sobrepasan las 10 horas, sometidos a las inclemencias del tiempo, y lo único que poseen para protegerse y cuidar de sus tenderetes son plásticos viejos.

El comerciante callejero desempeña un importante papel como canal de distribución, aún de las grandes empresas. Un alto porcentaje de los chicles, dulces y chocolatinas se vende a través de ellos. Infinidad de industrias caseras de dulces, cueros o confecciones deben su existencia a los vendedores ambulantes y estacionarios.

Después de la agotadora jornada, en que se calma el hambre con una gaseosa y un pan, los vendedores "cierran" su cajón o su kiosko. Inician entonces en las calles un desfile de carritos que ruedan sobre balineras y son conducidos al sitio donde se guardan de noche. Por amontonarlos en garajes, bodegas, o debajo de escaleras, pagan 50 mil pesos al mes. En algunos sectores se organizan para que los que trajinan de día cuiden las exiguas pertenencias de los que trasnochan y viceversa.


Incontables desafueros oficiales

La reglamentación de este oficio ha estado sometida a la arbitrariedad de los burócratas del Distrito. Para los vendedores ambulantes cambian las reglas del juego con cada nuevo alcalde.
los últimos burgomaestres invariablemente han buscado entorpecer y obstaculizar el trabajo de los vendedores. En primer lugar, se exige la llamada licencia de funcionamiento para ejercer la actividad, cuando en la práctica no hay un organismo que la expida; en segundo lugar, se vetan las zonas comerciales y los separadores de las avenidas, es decir, los puntos de mayor afluencia de transeúntes, haciendo más difícil el sostenimiento de estas personas.


Por su parte, cada alcalde inventa sus propias absurdas disposiciones. A los fritangueros se les pide el visto bueno de la Secretaría de Salud, aprobación imposible de conseguir. Tampoco hay forma de obtener por los canales regulares el servicio de energía eléctrica, y quien la necesita ha de recurrir al contrabando y exponerse a las consecuencias. A los dueños de los kioscos se les prohibe permanecer en ellos durante la noche con el objeto de cuidarlos.



Todo está encaminado a desesperar al vendedor y colocarlo en un laberinto donde cualquier cosa es ilegal y nada parece tener solución.


*tomado de moir.org.co